11 Aug El verano del abogado
Al llegar el verano, como es deseado, absolutamente imprescindible y necesario, llega el tiempo vacacional donde intentamos todos descansar y desconectar de toda obligación laboral. Nuestra profesión, la de abogado, no es ajena al estrés, a la desmotivación, a la desilusión, al síndrome del “burn-out” y a ciertas dosis de angustia laboral. Por lo que más que un tema de descanso, es una cuestión de salud. Muchos compañeros acuden a la queja a modo de desahogo, ya que durante su periodo de descanso, sea en vacaciones o bien sea en fin de semana, algunos clientes reclaman su atención de forma insistente.
Debemos ser conscientes, tanto potenciales clientes como los estresados letrados, de que todos buscamos la tranquilidad durante esos periodos. Todos. Pero, además, hemos de recordar que, mientras estamos de vacaciones, el mundo sigue girando.
Parece ser que incluso en estas fechas el índice de conflictos repunta en algunas zonas específicas, existiendo un tímido crecimiento de las demandas incidentales a causa de los problemas ordinarios, donde los abogados necesariamente intervenimos. La clave puede venir a partir de la eficaz gestión del trabajo en equipo, del apoyo efectivo en las sobrecargas de trabajo, en las presiones de la facturación, y en la voraz competitividad interior.
La cuestión se crea problema y, como siempre, la solución cabe localizarla en la flexible senda del equilibrio. Tal vez en todo momento haya que seguir revisando las nociones e ideas sobre lo que es y lo que debería ser la figura del cliente del abogado en concreto.
Ser abogado: no solo un trabajo
En cuanto al abogado, su especificación conceptual siempre ha estado moldeada, si cabe, maleada y mordisqueada por los acontecimientos de la época y el lugar donde ha tenido que lidiar con sus recursos propios, desde la panorámica historicista que da la ética y la deontología profesional. Cada vez es más acelerada, incierta, exigente y cambiante.
La abogacía nunca ha sido, ni podrá ser, solamente un trabajo. Nunca podrá ser un trabajo ordinario, con un horario fijo, sin incidencias estresantes, y con una sólida e inamovible planificación. Una vez más, topamos con la realidad más categórica, puesto que en el centro de nuestro trabajo se encuentra, como de ser en todo momento, la persona.
El factor humano es la piedra angular determinante de quién se identifica con la noción de “abogado”. Lo humano y personal es siempre imprevisible, y tal estructura inestable, diría aún más, líquida según Z. Bauman, es lo que está en el núcleo que centra todos y cada uno de nuestros esfuerzos. Por tanto, nunca nos ha de sorprender, ni aún menos inquietar, la llamada inesperada de auxilio de quienes defendemos y representamos. Sus problemas son nuestros problemas, y nosotros somos quienes podemos ayudar a lograr su solución y descanso. Su problema es lo más importante.
Nadie, cuanto menos aquellos que no gustan de fijar límites éticos, podrá contradecir que la abogacía es una forma de vida distinta. Es una labor totalmente diferente a cualesquiera otras que pudiesen darse en nuestra comunidad social.
Evidentemente, estamos obligados, como profesionales de Derecho, a ponderar todos los elementos que entran en juego al acceder hacia el camino de la justicia sistémica y actuar siempre bajo esa consciencia, sin llegar al extremo de reducir nuestra vida únicamente al trabajo.
Reitero que el equilibrio nos acerca a la verdad, pero desde la creencia de que ser “abogado” no puede ni debe ser lo mismo que “trabajar de abogado”. Y no por el hecho de la contratación. Sino porqué las personas, los humanos, seres racionales y emocionales, tenemos que sentir y creer en aquello que labramos con pasión, y que además da sentido a nuestra vida, sin quemarla.
“-El hombre es un fin en si mismo”
Emmanuel Kant
Jordi-Joan Calàbia i Reixachs. Abogado en Kernel Legal.